Entró a la habitación con un balde de
agua fría como era la costumbre, no quería que ella se acostumbrara a tantas
horas de descanso. Antes de despertarla, la miró por un largo rato, su cabello
crespo que ocultaba su rostro, sus piernas firmes y su piel canela, la camiseta
vieja y sucia que llevaba se ajustaba a la medida de sus curvas.
-Hora de levantarse, cariño – dijo él
riéndose, mientras ella lo fulminaba con la mirada.
-¿Y es que cuánto tiempo pensás tenerme
aquí? – le reclamó, mientras trataba de zafarse de las sogas que amarraban sus
extremidades.
-Lo que a mí se me dé la gana, entonces
portáte bien.
Puso un cuchillo entre sus muslos, aún
helados de su despertador mañanero y la miró como quien cae en un abismo de
luz, en lugar de vacío. Reprochó su actitud con una sola mirada y de un tirón
rasgó la poca ropa que tenía. Verla atada, sudorosa y con el maquillaje corrido
la transformaba en un ser cada vez más enigmático y comestible. Soñaba con
tenerla en una telaraña, de la que no pudiera escapar, como un adorno.
Apretó su nuca con fuerza, la suficiente
para que ella gritara un poco y poder amordazarla, necesitaba mantenerla
callada para su próximo movimiento. Los ojos de su chica recorrían la
habitación, eran grandes y expresivos, como los de una muñeca japonesa, parecía
conocer todos los deseos inconfesables de ambos. Su respiración agitada
estremecía todo su cuerpo y él nunca la había visto tan hermosa. Tomó su rostro
con una mano y con la otra haló su cabello, apretaba sus mejillas y se acercaba
haciendo amague de un beso, ella sin desaprovechar la oportunidad, escupió en
su rostro.
-Imbécil – le dijo, haciendo que cada
sílaba se deslizara entre sus labios. Pero la única reacción que provocó fue
una risa burlona y estruendosa, sabía que algo malo estaba por venir, y antes
de concluir aquel pensamiento, sintió la pesada mano de él sobre su mejilla.
-¿QUÉ HABLAMOS DE PORTARSE BIEN? – gritó
con dureza, la chica agachó su cabeza, encogió su cuerpo como temiendo un
próximo golpe.
Rió ante el miedo de su chica y se
decidió a hacerla suya para siempre. Tomó una vara de metal que ocultaba en una
esquina, al final de esta, unas iniciales sobresalían. Inició el fuego con un
par de periódicos y unos fósforos, y empezó a calentarlo. Soltó a su mujer de
la silla y la acostó boca abajo sobre sus piernas. Ella empezó a sentir como se
acercaba el metal caliente y después de eso pertenecería a ese hombre. Afuera de su ventana un auto empezó a sonar su
bocina sin detenerse, ambos empezaron a desesperarse con el sonido incesante.
Él la empujó de encima de sus piernas y se asomó por la ventana. Se volteó y
ella estaba de rodillas a sus pies, finalmente iba a ser suya, tomó sus muñecas
con sus manos y se acercó a ella.
-Ya llegó el niño del colegio – esto
alarmó a ambos y se echaron a reír, la chica se limpió a toda velocidad el
maquillaje corrido.
-Te dije que habíamos empezado muy tarde
hoy – le dijo ella, lo besó fugazmente, abrieron la puerta y se dispusieron a
continuar su día fuera de la habitación, cerrándola con llave antes de al
salir.